En una ocasión un buen amigo me dijo que nadie en su sano juicio sometería voluntariamente al criterio exclusivo de un tercero la resolución de sus problemas. Y he de decir que éste amigo es magistrado.
Añadamos los problemas intrínsecos del “proceso” (un mal necesario, pero insufrible) plagado de insatisfacciones, sufrimientos, dilaciones incomprensibles incluso para los profesionales, inseguridad que genera ansiedad y por supuesto los costes. Y todo ello para -largo tiempo después- obtener una resolución judicial que, en muchos casos, ni siquiera contenta a la parte que ha vencido.
Por todo ello –y por otros muchos motivos-, ante la famosa maldición (pleitos tengas y los ganes) siempre recuerdo que “más vale un mal acuerdo que un buen pleito”.
Y en este momento es cuando alguno de mis colegas comienzan a maldecirme en arameo, porque muchos piensan que los profesionales sólo estamos para asistir a juicio, de cual difiero radicalmente.

Sí es cierto que un buen acuerdo no es fruto de la casualidad, sino de un intenso trabajo.
Para conseguirlo es imprescindible hacer un buen planteamiento; un enfoque correcto y oportuno. Para ello, es necesario conocer no sólo la normativa, sino la jurisprudencia consolidada, y las corrientes más recientes. Una demanda mal encauzada o simplemente que no acierte en los aspectos esenciales, supondrá una debilidad importante a la hora de mantener una posición firme en la negociación.
El buen negociador expondrá con suficiente claridad sus fortalezas y tratará de ocultar, disimular, o restar importancia a sus debilidades. Para ello, vuelve a ser importante un conocimiento técnico y actual del trasfondo jurídico, pero también la habilidad personal para exhibir las pruebas o indicios que podrían acreditar nuestros puntos fuertes, pero sin que puedan perjudicar una posible estrategia en juicio en caso de que la negociación, finalmente, no fructifique.
En esta fase no estamos ante las formalidades del proceso, sino simplemente ante la ética profesional. Debemos ser fieles y leales al estatuto deontológico y la honestidad profesional pero no es necesario desnudarse o confesarlo todo. Como en el póker, el que quiera ver las cartas tiene que apostar.

Con toda la artillería y las tropas dispuestas según una estrategia milimétricamente concebida, comienza la negociación. En todo acuerdo –salvo muy raras excepciones- ambas partes han de ceder; lo contario no sería una transacción. La experiencia y una serie de parámetros como el tiempo disponible, la predisposición de las partes, las consecuencias de la falta de acuerdo, o las posibilidades de éxito o fracaso en caso de tener que llegar a juicio, determinaran hasta donde se puede presionar y hasta donde se debe ceder. En todo momento es importante la actitud, ni excesivamente conciliadora ni prepotente, para poder crear un clima mediador que minimice las diferencias y predisponga el entendimiento.
Por último, una vez alcanzado el consenso no es menos importante darle forma, evitando interpretaciones no deseadas por las partes o consecuencias inesperadas, por ejemplo con administraciones como el SEPE o la Agencia Tributaria.
Ayer formalizamos un acuerdo del que estamos especialmente orgullosos en el despacho. Hemos cubierto con creces las expectativas del cliente tanto por el importe (esa bonita cifra que podéis ver en la foto) como por el tiempo en que lo hemos conseguido.

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